Cantar en mujer
La poesía del nicaragüense Rubén Darío ejerció una gran influencia sobre la obra de Delmira. Tuvo oportunidad de conocerlo en 1912 cuando visitó Uruguay, a raíz de este encuentro surgió una amistad de mutua admiración, prueba de ello son las palabras que escribió Darío sobre la joven poeta y que luego serían el “Pórtico” de Los cálices vacíos: “De todas cuantas mujeres hoy escriben en verso ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini, por su alma sin velos y su corazón de flor”.
Delmira fue una escritora precoz, a los dieciséis años aparecieron sus primeros poemas en la revista Rojo y Blanco y el semanario La petite revue. Al año siguiente escribía la columna Legión etérea en la revista La Alborada con el afrancesado seudónimo de Jou Jou.
Publicó tres libros en vida: El libro blanco (1907), Cantos de la mañana (1910) y Los cálices vacíos (1913). En su último libro Delmira comunicó la preparación de su próxima publicación: Los astros del abismo, la que sería la “cúpula de [su] obra”, esto no llegó a concretarse y en 1924 su familia publicó esos poemas bajo el título El rosario de Eros.
En sus primeros poemas se advierte un concepto de amor ideal, una vivencia del amor espiritual. Solo en algunos poemas (“El intruso”, “Amor”) se intuye la presencia de un tú pero que no llega a ser tan nítida como en poemas posteriores, en ocasiones el tú ni siquiera aparece y se celebra el encuentro con el propio amor, con Eros (“Explosión”, “Mi aurora”). Los poemas de Cantos de la mañana suponen una superación poética con respecto al libro anterior, ahora el amor es vivido con el hallazgo del tú (“Fue al pasar”). En Los cálices vacíos se alcanza la plenitud del amor (“¡Oh tú!”, “Día nuestro”, “Otra estirpe”), aunque esa vivencia del encuentro amoroso con el otro traiga aparejado el sufrimiento, surge la pasión amorosa en su sentido trágico (“Ofrendando el libro”, “Tu boca”).
El amor es el tema recurrente en la poesía de Delmira. En un mundo donde la literatura había representado lo femenino desde una visión masculina, resultaba importante la voz de una mujer dentro de la poesía erótica, donde el yo lírico se mostrara como sujeto (y ya no objeto) de deseo. El poeta vanguardista Parra del Riego dijo de Delmira: “Causó un efecto de revolución en América. Desde entonces las poetisas dejaron de imitar a los hombres y cantaron en mujer y pensaron en mujer”.
Nací para desconcertar
Delmira Agustini (1886-1914) fue la más joven de los integrantes de la generación del Novecientos. Creció en el seno de una familia burguesa que desde muy temprana edad estimuló la actividad intelectual de la niña.
Al igual que la mayor parte de los integrantes de la generación del Novecientos Delmira fue autodidacta, los primeros años de su educación estuvieron a cargo de su madre. Fuera del hogar estudió piano y francés. En el taller de pintura conoció a André Giot de Badet, un escritor franco-uruguayo, adinerado y culto que fue de los pocos interlocutores que encontró.
En su hogar Delmira fue la niña correcta y sumisa a la que todos llamaban la Nena, como símbolo de esta situación está la muñeca rubia y de ojos azules que conservó hasta sus últimos días. En ese ambiente de sobreprotección nació su actividad poética, se encerraba en su dormitorio y en el resto de la casa la madre velaba por el más absoluto silencio para que ella pudiera escribir. Después, el padre con una caligrafía impecable pasaba en limpio las composiciones líricas de la Nena.
De acuerdo con los preceptos sociales de la época y luego de un noviazgo de cinco años con Enrique Job Reyes, Delmira contrajo matrimonio en agosto de 1913. Fueron testigos del casamiento el poeta Juan Zorrilla de San Martín, el filósofo Carlos Vaz Ferreira y el escritor Manuel Ugarte con quien la novia mantuvo una correspondencia por demás sugerente. El intercambio epistolar que tuvo Delmira con distintos destinatarios (Manuel Ugarte, Enrique Job Reyes, Rubén Darío) sirve para arrojar luz, aunque en algunos casos más sombras, sobre la vida de la poeta.
El matrimonio con Reyes duró muy poco, a los dos meses Delmira volvió al hogar paterno “harta de tanta vulgaridad” e inició los trámites de divorcio, inaugurando así la ley que se había aprobado ese mismo año y establecía como posible causal la sola voluntad de la mujer.
“Yo sabré defenderme de esta calumnia infame. Y [...] sabré lavar la mancha con sangre, sangre que irá a salpicar el alma perversa de la autora de nuestra desgracia”, así amenazaba Reyes a Delmira y hacía culpable a su suegra del fracaso matrimonial. Además de intercambiar cartas mientras avanzaban los trámites del divorcio, la pareja comenzó a verse clandestinamente en una pieza que Reyes alquilaba a un amigo en la calle Andes.
“Olvida el mundo y vente conmigo a un sitio muy lejano, lejos de la sociedad donde saborear la dicha de nuestro amor, sin que nadie tenga por qué asombrarse de vernos juntos”, con estas palabras citaba Reyes a Delmira por última vez. El 6 de julio de 1914 el ex-marido convertido en amante se transformaba ahora en asesino y daba muerte a la poeta con dos balazos en la cabeza para suicidarse posteriormente. La prensa de la época publicó cada detalle del crimen pasional, la muerte trágica ponía punto final al drama y daba origen al mito. “Nací para desconcertar” escribió Delmira poco antes de morir y sin dudas, así fue.